La canción de la lluvia

Cada noche es más que usual; pero a veces, solo a veces, algo especial surge, destrozando lo cotidiano.

El transporte público ya no genera peligro alguno, y al contrario, contar con buena compañía local y extranjera ameniza el viaje. Sin embargo en una ciudad tan pequeña como la nuestra los viajes son casi siempre breves.

Mi descenso siempre ocurre en un cruce de avenidas muy comerciales, y el presunto peligro transcurre rápido al penetrar en calles de sueños primaverales con nombres de compositores románticos del siglo XIX. Así, distintas melodías comienzan a circular en mi mente abierta, y de esta manera la exploración nocturna cuasi rutinaria, se apertura.

Caminar por veredas largas rodeado de flora, con el colchón púrpura encima es una experiencia excepcional. La soledad es una compañera más, y de pronto el concierto de grillos que alguna vez narré, se manifiesta en todo su abolengo reemplazando a las melodías danzantes en mis oídos. Su poder es absoluto y me acompañan al cruzar la pista, como guiando mis pasos con su silbido. Es hora de huir de mí y del abatimiento.

Mientras tanto, la luna se muestra llenota de leche y voy atravesando un parque de inmensos árboles. Hace frío, pero no importa, de algún momento a otro, la actividad grillesca irá desapareciendo, y sin avisar, emerge La canción de la lluvia, sonando triunfante en mis oídos, suprimiendo a cualquier chapulín cantor.

El momento es excelente. Solo pocas cosas en la vida del hombre se le compararían. Los faros emanan una pobre luz amarillenta, que no pueden hacer nada frente a la disputa entre la oscuridad púrpura y la lechosa luna. En esos instantes no existe nadie más que yo, y rasgueos de acordes extraños, un melotrón, y una dulce voz, no lo sé, todo en su conjunto genera una brillantez que me llena de seguridad y placer. En aquel momento nada puede fallar, nada puede estropearse, nada al menos hasta que mi recorrido noctámbulo, una vez más, culmine.

Transcurren más pisadas, y una pequeña garúa empieza a caer. Me moja el rostro con suavidad. Una gota cae cerca a mi oreja haciéndome cosquillas, y todo parece complementarse perfectamente. Finalmente llego a una pecera de paredes amarillas, y la perfecta suavidad va dejando este mundo. La luna va perdiendo su leche, los grillos comienzan a cantar nuevamente, y el colchón púrpura se torna azul.

Después de todo fue tan solo una leve lluvia.

 (07/06/08)