07 noviembre 2015

Nos habíamos amado tanto

La noche caía y Milán nos envolvía. 

Hace mucho que el tren nos había dejado la ciudad entera a disposición, pero no teníamos idea de que hacer o a quien acudir. El hotel que habíamos contratado con antelación no aparecía en la dirección que nos dieron, de hecho nunca había existido; y encontrándonos en plena vía Luigi Galvani, con toda una noche por delante sin saber dónde pernoctar, nuestra única compañía eran nuestras dos viejas valijas y un silencio incómodo.

Decidimos caminar hasta encontrar refugio, pero no sabíamos hacia qué dirección. Eran más de las doce y todo parecía cerrado. Finalmente decidí que vayamos todo recto, pero nuestro paso era lento dado el peso del equipaje. Una ambulancia pasó apurada por la avenida y su sirena rompió el reinante silencio e iluminó brevemente el entorno sombrío que nos rodeaba. Las calles estaban casi desiertas salvo por un par de prostitutas con rasgos de Europa del este que se ofrecían con poco éxito en la esquina siguiente. A pesar de estar en un país del primer mundo, nos sentíamos inseguros e indefensos.



Fátima estaba aterrada, pero su malhumor era peor. El cansancio del viaje y el arrastrar la maleta por varias cuadras la terminó por agobiar.
- Ni siquiera sabemos a dónde estamos yendo.
- Voy a intentar preguntarles a las putas de esa esquina.
- Ni se te ocurra acercarte. Me dan miedo, y de seguro no hablan inglés ni español, a lo mucho italiano. Parecen rusas.
- Pero igual vamos a pasar por allí, no perdemos nada.

Increíblemente las putas hablaban inglés y eran mucho más educadas que los travestis del jirón la Unión. Nos indicaron un hotel que estaba a la vuelta, doblando la esquina de la siguiente calle. Al llegar  mis sospechas se confirmaron. Era un hotelucho de mala muerte al cual siempre iban con sus clientes.
- No podemos quedarnos aquí, este lugar debe estar súper sucio. Aquí vienen las putas!
- Sí, pero solo serán unas horas hasta que amanezca y busquemos un mejor sitio. Además estamos en Italia, no creo que sea tan malo como los de allá.
- Voy a dormir con toda la ropa puesta. Me da mucho asco.
- Al menos deberías quitarte las botas.

El de la recepción solo hablaba italiano, pero no hubo problema al momento de entender nuestras necesidades. Nos dio un pequeño cuarto en el segundo piso. No había ascensor así que sufrimos un poco con las maletas, pero iba a ser el último esfuerzo de la noche, después de todo solo era un piso.

El cuarto era feo y las paredes parecían de cartón, pero al menos no hacía frío y el baño se veía limpio. Me quité los zapatos y me senté sobre la cama. Fátima no se había movido de la puerta. No había dicho ni una sola palabra desde que habíamos entrado. En eso, me miró fijamente y levantando lentamente el índice dijo:
- Escuchas eso?
Un chirrido continuo sonaba a lo lejos. Parecía que estaban serruchando un tronco y cada vez se hacía más fuerte, pero no. Era el zamaqueo de un catre, lo cual pudimos confirmar una vez los alaridos de alguna cortesana estallaron.
- Juan Carlos, no voy a poder dormir aquí - Dijo haciendo un puchero.
- Ven aquí. 
- No quiero.
- Ven aquí por favor.

Se acercó dando pasos asustados hasta que se recostó a mi lado y se refugió en mis brazos. Todo tal y como había dicho, con toda la ropa puesta (incluidas las botas).

Cuando despertamos eran las ocho. Ya había amanecido y los gemidos habían parado. No sé en qué momento me quedé dormido, ni si ella sucumbió al sueño antes que yo. Solo sé que esa noche había terminado y nos habíamos amado tanto.

Trujillo, noviembre 2015


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