El viaje lucrativo – educativo al país colombiano, organizado por la Universidad de Lima llegaba a su fin y el flamante vicerrector, Juan Julio Lozada, lo cerraba con broche de oro rompiéndose la clavícula y clamando de dolor ante más de treinta estudiantes de la ostentosa casa de estudios capitalina.
Terminó tieso en una silla de ruedas, con una bufanda a falta de collarín y más serio que nunca. Y es que con mis hábiles ojos analistas de futuro economista, ya había notado la absoluta seriedad del tipejo desde la ceremonia de inicio de carrera, hace dos años. De hecho, lo veía así cada nuevo año académico y siempre. Sucedía que el pobre Juan Julio Lozada no tenía otro rostro.
Pero de todas formas, el había sido el primero en intentar bajar y haber tropezado en el último peldaño del ómnibus que nos dejaría en el Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá para el traslado a Lima. Trece días en el país cafetero, pactos con universidades de gran envergadura, negocios iniciados y juergas vividas o no tan vividas, lo habían privado del mundo, dejándolo en un entorno sin pena ni gloria y con la clavícula rota en tres.
Dolor. Mucho dolor, quizás más del bochorno, que de la fractura. Pero lamentablemente no existen traumatólogos para el orgullo. Tras la llegada de la ambulancia y la atención del infortunio, el resto de pasajeros del bus empezó su descenso, pues nadie había bajado hasta que hubiesen reparado al dañado, y fue allí dónde no recuerdo más.
Sentí mi pie resbalar en el último escalón. Solo vi oscuridad, y no precisamente la de una mulata natal de Barranquilla, ofreciéndome un Mojito, a bordo de un Airbus 77.
Terminó tieso en una silla de ruedas, con una bufanda a falta de collarín y más serio que nunca. Y es que con mis hábiles ojos analistas de futuro economista, ya había notado la absoluta seriedad del tipejo desde la ceremonia de inicio de carrera, hace dos años. De hecho, lo veía así cada nuevo año académico y siempre. Sucedía que el pobre Juan Julio Lozada no tenía otro rostro.
Pero de todas formas, el había sido el primero en intentar bajar y haber tropezado en el último peldaño del ómnibus que nos dejaría en el Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá para el traslado a Lima. Trece días en el país cafetero, pactos con universidades de gran envergadura, negocios iniciados y juergas vividas o no tan vividas, lo habían privado del mundo, dejándolo en un entorno sin pena ni gloria y con la clavícula rota en tres.
Dolor. Mucho dolor, quizás más del bochorno, que de la fractura. Pero lamentablemente no existen traumatólogos para el orgullo. Tras la llegada de la ambulancia y la atención del infortunio, el resto de pasajeros del bus empezó su descenso, pues nadie había bajado hasta que hubiesen reparado al dañado, y fue allí dónde no recuerdo más.
Sentí mi pie resbalar en el último escalón. Solo vi oscuridad, y no precisamente la de una mulata natal de Barranquilla, ofreciéndome un Mojito, a bordo de un Airbus 77.
Rio de Janeiro
(26/07/08)
(26/07/08)
5 comentarios:
auuuuuuuu pobre =(
Terminó tieso en una silla de ruedas, con una bufanda a falta de collarín y más serio que nunca.
Juan Julio Lozadaa....
_______________________________________
jajajajajajajaja =P
eso si me dio risaaa
tus pegadas sales chvrs
me gustaaaaan
de donde sacas las historias?
¿Juan Julio Lozada resbala en el último escalón de una escalera escalando el ómnibus que hara muchas escalas por todo el mundo? :P... / ... no
El viaje lucrativo – educativo al país Colombiano, organizado por la UNIVERSIDAD PRIVADA DEL NORTE llegaba a su fin y el flamante RECTOR, ULISES HERNÁN GONZALES, lo cerraba con broche de oro rompiéndose la clavícula y clamando de dolor ante más de treinta estudiantes ........
EsoO hubiera sido bueno!! jajaja
Publicar un comentario