New York, New York

La habitación de baño del Hilton era del tamaño de mi casa y su decorado parecía salido de otro mundo. Tenía unas inmensas ventanas de cristal, con cortinas de seda que había corrido para poder ver los altos rascacielos y a las personas diminutas que transitaban por las calles de Nueva York en aquella fría noche de octubre.

Aún traía el esmoquin que había usado en la cena. Me vi en el espejo y mi peinado aún estaba firme gracias a la gomina. Cuando empecé a cepillarme los dientes volví a mirar a la ventana, y noté que la mayoría de luces de los rascacielos se habían apagado y se erigía una luna llena inmensa, tan inmensa que su grandeza solo competía con la belleza que mostraba ante mí.

El cielo se había tornado azul claro tal como la habitación de baño y fue cuando me pareció estar flotando en el cielo que apareciste tú.

Caminando muy despacio y derrochando belleza en cada paso, te acercaste a la ventana y observando la luna comenzaste a cantar New York, New York. La sección de vientos de aquella vieja canción de Sinatra empezó a sonar en mis oídos e involuntariamente escupí y cerré el caño del lavabo. Solté el cepillo y por arte de magia no cayó al suelo. Todo era azul claro y la luna reinaba sobre nosotros. Me invitaste a cantar junto a ti y todo resultó tan extraño estando en un baño, en el doceavo piso de un hotel que jamás volveríamos a pisar.

Era nuestra última noche en la capital del mundo - It’s up to you – Me dijiste. – New York, New York.

(03/05/09)