Una botella de Ron en la mano

- Una botella de Cacique, una. No necesito másh.

La loza del Parque Araujo estaba más gris que nunca y a pesar de la luz de los fuegos artificiales que se encendían a la vuelta del recinto, esta parecía tristemente muerta, al igual que José Bizancio Rabines.

Era una manera peculiar de comenzar el noventa y ocho para cualquier persona, pero no para él. Todos sus amigos habían viajado a recibir el año nuevo festejando en la playa Costa de Ébano, pero a él simplemente no le iban ese tipo de celebraciones. Quizá simplemente, ellos no eran tan amigos de José. De hecho, José no conocía a nadie en esa ciudad ni en la playa Costa de Ébano.

Había llegado por error a Maracaibo, pero no le interesaba volver al lugar de donde vino. Había llegado por error a este mundo y enmendar ese error, tampoco le importaba.

- Feliz Año José, feliiiz año. Te quieeero mucho, eressh como mi hermano.

Su viejo reloj de cuerda marcó las 3 de la mañana y ya no había rastro de fuegos artificiales ni de viejas dándole la vuelta al parque con maletas de viaje. El cielo sin luna estaba más oscuro que nunca y tan vacío como su corazón. Se recostó completamente en la fría banca de cemento en la que había estado tomando su Cacique y se quedó dormido. Sin querer, entre un sueño pesado y una pestañeada, soltó la botella de su elixir, derramando gota a gota los pocos anhelos que le quedaban.

(16/05/09)