Cada encuentro era más salvaje que el anterior. Su camisa de fuerza negra y toda la oscuridad que de él emanaba, eran común en estas noches púrpuras.
La escalera se había convertido en el habitad improvisado de dos artefactos humanos y en el puente de nuestras desventuras quijotescas. Sea en el vestíbulo, dando al pasillo, o a la azotea, allí siempre habían gradas. La tele, la radio, tablas, baúles, el negro, el púrpura, cojines, la luna, los gatos, la gata, hello kitty. Todo.
Todo eso, también.
La escalera estrecha que conducía al segundo nivel era mi favorita, aunque a pesar de todo, nuestra mejor fuga en re menor sostenido ocurrió en aquella gradería empinada que no daba hacia ningún lugar. Al cerrarse la puerta de la casa, toda luz se extinguía dejándonos a solas, bajo el techo de luz violeta que se inyectaba en el recinto a través de un tragaluz.
Hubo veces en que uno que otro inquilino que paseaba por el pasillo, encendía la luz e irrumpía con nuestro acto amatorio en pleno. A veces su impertinencia rompía esquemas y se atrevían a preguntar si debían dejar la luz prendida. Otros simplemente sonreían y se iban; pero otros, los más tímidos, bajaban de puntitas, y sin hacer ruido, se acoplaban a nuestro ritual, armando un verdadero festín salvaje y sexual.
Toda esa carnicería dual, se prolongó por once años y veintidós meses. Hoy aún siento apetito desde nuestro último encuentro y todavía añoro rasgar lo que quedó de su camisa de fuerza negra...
La escalera se había convertido en el habitad improvisado de dos artefactos humanos y en el puente de nuestras desventuras quijotescas. Sea en el vestíbulo, dando al pasillo, o a la azotea, allí siempre habían gradas. La tele, la radio, tablas, baúles, el negro, el púrpura, cojines, la luna, los gatos, la gata, hello kitty. Todo.
Todo eso, también.
La escalera estrecha que conducía al segundo nivel era mi favorita, aunque a pesar de todo, nuestra mejor fuga en re menor sostenido ocurrió en aquella gradería empinada que no daba hacia ningún lugar. Al cerrarse la puerta de la casa, toda luz se extinguía dejándonos a solas, bajo el techo de luz violeta que se inyectaba en el recinto a través de un tragaluz.
Hubo veces en que uno que otro inquilino que paseaba por el pasillo, encendía la luz e irrumpía con nuestro acto amatorio en pleno. A veces su impertinencia rompía esquemas y se atrevían a preguntar si debían dejar la luz prendida. Otros simplemente sonreían y se iban; pero otros, los más tímidos, bajaban de puntitas, y sin hacer ruido, se acoplaban a nuestro ritual, armando un verdadero festín salvaje y sexual.
Toda esa carnicería dual, se prolongó por once años y veintidós meses. Hoy aún siento apetito desde nuestro último encuentro y todavía añoro rasgar lo que quedó de su camisa de fuerza negra...
Mi escalera está a oscuras otra vez, el cielo sigue morado y ya nadie pretende prender la luz. La diferencia es que estoy sola.
(Diciembre 08 - Junio 09)
8 comentarios:
le encantaba la salvajada!
en serio es xq esta sola
o le conseguimos una nueva escalera
paq la motivee ps =P
parece q soy la primera!
[wakala. me ganaron]
por cierto.. ¿nunca calleron de la escalera? ¿moretones? ¿nada?
Hola Juanca..
Estaré en Trujillo para el encuentro de narradores del INC. Creo que es el pròximo jueves.
Sería mostro que estuvieras ahí y tomar unos vinos.
Abrazos
Amapolas para el camino.
Para Agne:
La camisa de fuerza negra siempre le amortiguaban los moretones al infortunio, sin embargo siempre se quejaba de dolores de espalda, solo que no lo manifiesta porque a la narradora le pareció algo muy nimio.
yo y mis típicos espantos ortográficos u.u
wiiiuuu con la anónima :D
se me vino a la mente.. slow down youre doing fine (8) jaja ok no...
interesante [y emocionante] la narración ;D
Estás sola?... hahahaha motivación debe ser...xD una nueva escalera :D
hahjajaja apukta, esa historia creo q la he escuchado ... pero no tan analiticamente narrada
Publicar un comentario