A A. Pastor
Hace algunas semanas que retomé mis viejas pasiones literarias (los cuentos de JRR), no pude evitar recordar a Sandra tras finalizar "El Libro en Blanco". La historia no es muy diferente a lo que tuvo que soportar aquel invierno del 94. Fue una de las temporadas más heladas que jamás se vio en Montana, tanto como para impedir que cualquiera salga de su casa, y Sandra, o "Néstor" como la solíamos llamar dado su apellido; fue tal vez la persona más golpeada por el destino durante aquel invierno.
Nunca supe si alguien confabulaba contra ella o si simplemente era mala suerte, pero a Néstor le pasaron los peores infortunios durante aquellos meses; y nadie, por más vidrios que hubiese roto, podría comparar su desdicha con la suya. Recién llegada al pueblo, aquella hermosa morena de cabello ensortijado y profundos ojos verdes, cayó enferma por cerca de 3 semanas ante el intenso cambio de temperaturas. Los mocos la ponían de un humor terrible que le impedía preparar la cena. ¡Oh sus maravillosos guisos y estofados! En la cocina Néstor mandaba, sin embargo eso no fue suficiente para evitar que a los pocos días de haberse recuperado, resbalase en el hielo de la entrada cayéndose hacia atrás y casi rompiéndose la espalda. Vagamente recuerdo ciertos gemidos y aullidos de socorro que escuché a lo lejos, pero a los cuales nunca atendí a causa de la resaca y creer que se trataba de un perro parlante, dentro de alguno de mis extravagantes sueños.
Lo único que podía reconfortarla era su paga. De los cuatro que compartíamos aquella vivienda en las faldas de la Colina Azul, ella era la más beneficiada; y no era para menos, su trabajo en el taller era el más pesado. Lamentablemente y para sorpresa de todos, tras venir recibiendo por más de un mes un jugoso salario, le llegó una notificación donde se le acusaba de robo por haber "manipulado" los cheques de pago. Resulta que su generosa paga realmente le correspondía a Sandra Núñez, quien con un trabajo menos pesado resultó ganando mucho más. Este suceso casi le costó el despido, pues a pesar que no era su culpa, se le cobró una penalidad y tuvo que pagar la diferencia a su suertuda tocaya.
Casi al finalizar la temporada, su lista de infortunios incluía el rechazo de 4 pretendientes, un walkman nuevo y estropeado a los dos días de uso, una muy mala primera y última experiencia esquiando, una asquerosa conjuntivitis que le costó una gigante cuenta en el hospital, y hasta la terrible noticia de la muerte de su tía abuela, lo cual la hundió en una nefasta depresión que solo la hacía añorar más y más, su cálido hogar en Chosica, a miles y miles de kilómetros de distancia.
A dos semanas para volver al Perú le propusieron echarse un viaje para alejar las malas vibras y visitar la majestuosa Nueva York. Juraría que sería un viaje genial que enmendaría los destrozos de la temporada; no hasta enterarme que por azares del destino al hacer una parada para observar el Empire State, su cámara de estreno fue sustraída por algún hábil ladronzuelo de Manhattan.
Mucho daño debió de hacer en su vida pasada, pues el karma la persiguió hasta tal punto que al llegar al JFK, ya lista para volver, le dijeron que sus boletos de avión habían sido adelantados y su vuelo estaba perdido. Nunca supe como logró volver.
Lo curioso es que hoy, tras más de diez años de aquel funesto invierno, recibí una postal con la imagen de un hermoso mar azul. Reconocí su caligrafía de inmediato. Se casó con un inversionista extranjero y hoy anda radiante de felicidad disfrutando de su luna de miel por las Islas Griegas. Y yo, que desde hace meses ando tan mal y sucumbo en la desgracia, me pregunto… ¿en qué momento me pasó su “Libro en Blanco”?
(26/01/12)
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