30 julio 2012

Genara

La habitación era tan confortable que nunca quise pararme y dejar aquel sillón junto a la chimenea. Sin más, entró dando sorbos a una diminuta taza de café negro, abrigando la sensación del momento al sonreírme tiernamente. Yo solo la miré fijamente, cuando sin previo anuncio se sentó en el sillón del frente e inició su historia sobre los antiguos amores imposibles y de cómo la esencia del amor se mantiene, por más distintas que sean las épocas vividas.

Afuera la ventana se empañaba por el frío y las primeras nevadas de la temporada comenzaban a caer dando paso a un invierno inevitable. Sin embargo, de pronto el clima comenzó a abrigarse, y fue entonces que la vi, muchísimos años más joven, sentada en la cima de una colina. Más hermosa que nunca, tenía el pelo bien peinado con un jazmín como tocado, y junto a ella, un apuesto joven que recientemente estaba terminando su adolescencia, la tomaba de las manos. Ambos estaban de espaldas, mirando hacia el horizonte donde un inmenso sol se escondía entre las montañas, mientras que detrás suyo, un sinnúmero de hojas de arce caían de los árboles coronando la tarde otoñal.


Cuando finalmente el sol se puso, todo se oscureció, y de repente un relámpago iluminó su rostro. No tendría más de treinta años. Estaba sentada en el asiento de copiloto de un viejo Thunderbird rojo, y a su lado, un rostro adusto fruncía el ceño, concentrado en la carretera en medio de la tormenta. Afuera el calor era insoportable, pero eso no impedía que las terribles tempestades de verano arruinaran los más gratos paseos domingueros. Cuando el siguiente relámpago estalló, un par de lagrimas se dejaron escapar por sus mejillas, y la profunda indiferencia, lo enmudeció todo de nuevo.

Una esencia fascinante llenó la habitación. Muchas flores podían respirarse en el ambiente, pero ninguna como las lavandas. Sentada en una banca, bajo la sombra de los abedules, y rodeada de esa armonía primaveral, ahora traía un bebé en brazos y le cantaba una dulce canción de cuna. Sus cabellos estaban un poco maltratados, mostrando ciertos tonos canos. Había arrugas incipientes en su frente, pero cada cana y cada arruga solo eran un pequeño guiño a todo lo que le había tocado vivir. Los años no habían pasado en vano. 

Se quedó dormida sobre el sillón, con la diminuta taza vacía entre los dedos. El fuego de la chimenea seguía vivo, pero de todos modos cogí una cobija y la abrigué, y dándole un suave beso en la frente, comprendí que la esencia del amor, por más distinto amor que sea, no había cambiado.


Santa Fe, NM
(30/07/12)

2 comentarios:

TS dijo...

Siempre me gustaron tus historias, Juanca.

Pero ésta me ha dejado pensando más que otras veces. Me ha dejado algo precioso en las entrañas.

¡Continúa!

Unknown dijo...

El amor se presenta de diferentes maneras, pero la esencia siempre es la misma. Por alguna razon, me dio pena leer esto :(

Y bailarás sobre mi tumba

Fui concebido entre libros y cadáveres y un etetoscopio fue mi primer walkman.

Siendo el único No Médico
no tuve más
reparo que
dedicarme a escribir...