El olor del cannabis, el tremendo frío y los champignones que nos comimos nos habían hecho sentir más locos que nunca.
Cuando por fin llegamos al refugio no lo podíamos creer. Si bien reinaba la oscuridad y traíamos los ojos como platos, la tímida noche nos invitó a contemplar su desnudez.
Era un paraíso. Las montañas rocosas, muy a lo lejos, adornadas por viejos pinos cubiertos de nieve; eran solo un ornamento del majestuoso paisaje nocturno que se engalanaba ante nosotros. El cielo pintado con un millar de astros que siempre nos fueron negados, resplandecía como nunca, incendiando nuestras almas.
Cuando por fin nos despojamos de nuestras ropas y entramos en las aguas termales, el contraste de temperaturas solo incrementó nuestra locura, dejando de ser aventurera para volverse pasional.
No había nadie más en el refugio. La noche era para nosotros dos. El gélido clima exterior se congeló de repente, pasando a hervirnos la carne y algo más.
Ella tenía miedo, yo no paraba de reír.
Las estrellas no dejaban de caer y fundirse con el agua caliente, incitando una guerra.
Nos sumergimos dando inicio a una batalla que pareció eterna. Sin embargo, el combate tuvo fin en medio de un frenesí, donde ambos bandos cedieron mutuamente, izando sus banderas blancas, misturándose entre sí.
El frío y el calor se detuvieron. Un éxtasis total embriagaba los cuerpos y por primera vez, me sentí en el limbo.
Nunca la amé tanto como aquella noche.
(14/08/2012)
(14/08/2012)
3 comentarios:
Genio, maestro!
Siniestros bajo el agua
Me gusta el final jajaja
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