Grato amargo

Empecé a correr.

Tiritaba.

No sé si era el miedo a abrir los ojos o a mantenerlos cerrados. Ya los había abierto una vez, y una lluvia de estrellas descendía gota tras gota. Me aterré. Las estrellas me caían en la cara, y aunque pudo ser hermoso, generaba un susto que me limitaba a mantener la vista en las paredes grisáceas de mis párpados.

Sobre estas, millones de números danzaban ante mí, como cumpliendo una función vital al hacerlo. Era un mundo aparte, un sistema totalmente alterno al nuestro con un equilibrio perfecto que nunca comprendí. Todo lo visible, y sensible era incomprensible.

Solo atiné a seguir corriendo, mientras sentía el fluir de las lágrimas bañando mis pesteñás, y empezaba a dudar si es que realmente en algún momento me detuve.

Tiritaba.

Sudaba frío, y los presuntos prados por los que paseaba se extendían sobre una tarde increíble. Alrededor mío cada quién hacía lo suyo. Yo no existía para ellos, ni ellos para mí. No existía nada realmente, nada era real.

Talvéz nunca corrí. Di a lo mucho unos cuantos pasos y me mantuve en mi sitio. Después de todo, estaba viviendo, siendo quién debía ser y sintiendo lo qué debía sentir. Viviendo al final de todo.

Solo atiné a suspirar.

(13/08/08)