María Esther

Mis únicas posesiones eran mi mochila, mi billetera y lo que traía puesto, no necesitaba más. El viaje de 3 horas fue rápido y a la vez pareció no tener fin.
El como iba a estar ella cuando me reciba en la terminal prolongó el trayecto y el maldito tiempo de espera. Habían pasado 114 días de no verla, y aún soñaba con su sonrisa que se perpetuaba cada vez que yo decía algo. Lamentablemente ese sueño se detuvo cuando el cobrador vino hacia mí diciendo: Chimbote, ¿bajas?
Agarré mis cosas y avancé por el pasillo del bus interprovincial hasta descender. El olor a pescado de mi ciudad natal no eran tan intenso como la última vez que vine, muchas cosas eran diferentes en ese entonces. Yo mismo era otro.

Al desplazarme por la terminal encontré a mi madre con su vestido negro de lunares blancos, estaba sonriente como si no me hubiera visto en años. También estaba Lucho, mi primo que había crecido 12 centímetros y ya era todo un muchachón. Me abrazaron felices. ¡Rodrigo estás gordo! ¿Hijito qué tal el viaje? ¿no tienes hambre?
Todos me hablaban pero a mi cabeza no entraba ningún sonido, yo solo me limitaba a sonreír. De pronto, detrás de una pared apareció ella caminando… tan preciosa como nunca. Su cabello ensortijado color café caía sobre sus hombros desnudos bronceados por el sol, su piel cobriza brillaba a la tenue luz del mediodía y su sonrisa eterna me armó de valor para acercármele. Todo era perfecto, no había nadie más en ese instante solo existíamos los dos. María Esther, ¿cómo estás?
Me abrazó sonriente como siempre. Rodrigo cómo has estado, ¿qué dice Trujillo? Estando tan cerca podrías haber venido mucho más seguido. He estado tranquilo, ¿y tú? ¿qué ha sido de tu vida? Aquí… espera te presento a Javier.

¿Javier? ¿Quién era Javier? ¿Quién demonios era Javier?
Verla irse y volver de la mano con un tipo moreno alto y mucho más fornido que yo, me quebró el alma.

Rodrigo, el es Javier. Javier, Rodrigo.

El sueño se había terminado.

(28/12/07)