Monólogo III: Ecos

Siempre me aborda una tremenda melancolía al oír el lado B, del albúm Meddle. Simplemente se me hace inevitable tornarme nostálgico al escuchar cada compás de la única canción que llena esa parte del disco.

Me gustaría lograr que alguien pudiera llegar a sentir lo mismo que yo al oírla. Deben haber personas que tal vez sí lo sienten; sin embargo, creo que sería todo un reto lograr que alguien se sentase conmigo a percibir los más de veinte minutos que dura Echoes, sin distraerse o aburrirse y poniendo atención a cada emoción y sentimiento que plasman cuatro extraterrestres al ejecutar su instrumento.

Para dar contraste a toda esta subjetividad, debo confesar que al inicio de esta obra, lo primero que puedo llegar a imaginar, es el interior de alguna cloaca, en donde no deja de sonar un goteo. No obstante, una vez que empiezan los punteos de guitarra y distintas armonías, se da paso libre a la sensación de tristeza que más un juego de voces impecable, conllevan a una obra netamente épica que permite además, la inclusión de improvisaciones funkies que rompen esa monotonía conmovedora.

Y es que uno puede imaginarse tantas cosas oyendo esta canción. Tal vez un viaje de ácido lo convierta en una experiencia sin igual, pero dejando esos temas aparte, debo confesar que siento este tema, demasiado personal.

No solo su lírica mística (que bien pudo ser más ambiciosa) es inquietante, sino que hay un punto a lo largo de la obra tras los últimos versos, en el que con una modesta melodía al piano acompañada de un leve punteo, se va dando fin a toda esa conmoción y se alcanza un clímax de emociones totalmente taciturnas a las que simplemente no se les puede dar descripción.

Tal vez solo sea una canción. Para muchos, nada del otro mundo. Para mí al menos es mucho más que notas prolongadas y acordes cantados con letras flojas. El hecho de que pueda despertar tantas sensaciones en uno la hace diferente y trascendental.






(25/01/10)