11 enero 2014

Entre libros y cadáveres

A ellos.
Estaba sentada muy atenta en la primera fila de carpetas en el salón principal de la ex Iglesia de la Compañía de Jesús cuando la vi por primera vez. Su larga y lacia cabellera castaña hizo que sin pensarlo fijara mi visión en ella. Era la mujer más hermosa que había visto hasta entonces. Yo no podía ni respirar.

Entre los alumnos de tantas carreras que llevábamos ciencias básicas nunca pensé que ella estudiase medicina, como yo. A pesar de eso, tuvo que pasar un año para volver a verla, y dos meses más para que sepa quien soy. Yo ya sabía de ella desde hace mucho tiempo. Su nombre era Mercedes.

Lo primero que hice cuando la vi en los pasillos de la facultad fue acercarme sigilosamente y con una firme mirada en los ojos decirle: Me has cautivado. Fue bendita mi suerte, a los pocos meses ya era feliz a mi lado. El cómo se fijó en un pobre muchacho de origen humilde, que se quemaba las pestañas madrugando con una vieja copia del Gayton de Histología a la luz de las velas; nunca lo sabré.

Su belleza era incomparable. No sé si era por el efecto de la morfina en el anfiteatro; pero al compartir clases de anatomía, sé que tan solo su sonrisa hubiese bastado para revivir a aquellos muertos. Lástima que teníamos que usar mascarillas, al menos yo me sentía revivido.

Nos veíamos casi siempre aunque sus padres desconocían lo nuestro. Que mejor lugar para frecuentarnos que en la misma facultad. Estudiábamos juntos, almorzábamos juntos. Los lunes de Shambar en la casita de la vuelta eran una magnifica alternativa cuando nos hartábamos del comedor universitario. El pellejón, el tomatito picado y el culantro lo hacían todo. Que delicia, que manjar. Mil emociones, mil amores. 

La llevaba conmigo en todo momento. Incluso los sábados por la noche cuándo ella se encontraba descansando en su hogar y yo me daba el lujo de encerrarme en el bar de la esquina con mis amigos, me era imposible despejar de la mente su dulce presencia. Todo acentuaba el magnífico momento: la cerveza helada, la canchita para picar y la peña criolla que empezaba a entonar un rico vals:

"Mechita de mis ensueños, muñequita seductora
Tu juventud atesora todo un mundo de esplendor
El misterio de tus ojos ha turbado toda mi calma
Y hace nacer en mi alma una esperanza de amor"

No sé cuantas veces pedí que volviesen a tocar esa canción en medio de mis borracheras. Gracias a Dios fueron en épocas de huelga, y a pesar que la carrera se nos hacia eterna a causa de estas, me daban la chance para descansar al día siguiente, y tras curarme la resaca, salir a pasear con mi amor.



Cuando ya íbamos siete meses juntos, ocurrió una historia para la anécdota. Caminábamos por la majestuosa plaza de armas, hacía un día espectacular. Ella llevaba un vestido blanco dominguero; yo como siempre, tenía puesto una camisa a rayas, mis pantalones color caqui y un libro bajo el brazo. Sin embargo, una lucha interna me acongojaba: no sabía si tomarla de la mano. Ella era mía y yo suyo, pero era un secreto para quien fuese externo a la facultad.

No permití que me siguiera importando. Sin dudarlo más, la tomé de la mano y jamás fui tan feliz. Pero muy curiosa fue la vida ya que al doblar la esquina de la Catedral en el Jr. Independencia, en medio del frenesí y la algarabía de la mágica tarde, tuvimos el destino de toparnos frente a frente con Don Costanzo, su padre. Traté de reaccionar lo más cordial y tranquilo posible, pero antes que pudiera decir algo, Mercedes le tendió la mano nerviosamente con un Buenas tardes señor en lugar de darle un respetuoso beso en la mejilla. Más que la nuestra, sería la sorpresa de su padre, y muy a pesar de los disgustos que pudieron acontecer en ese entonces, hoy puedo recordar aquel encuentro con sonrisas.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquellos paseos domingueros, las eternas huelgas y los loqueríos en la facultad. Ha pasado mucho tiempo y a pesar de que estoy viejo, aún llevo conmigo cada una de esas memorias, pero la más grata de todas es recordar el como fue que nació el gran amor del que soy parte, pues con entrañable certeza, fue concebido entre libros y cadáveres. 

Tel Aviv 
(11/01/2014)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto Juanca!! My bueno!
-Carolina

Unknown dijo...

paseos domingueros

Unknown dijo...

Buenísimo JC. Historia de sentimientos entrañables! Sigue así, aprovecha el tiempo!

Y bailarás sobre mi tumba

Fui concebido entre libros y cadáveres y un etetoscopio fue mi primer walkman.

Siendo el único No Médico
no tuve más
reparo que
dedicarme a escribir...