13 marzo 2014

Scheherezade (II)

(Leer la primera parte en: Scheherezade I)


¿Casablanca? ¿En Marruecos? Debía de estar bromeando. Yo ni siquiera había salido de Madrid como para atreverme a salir de España. Además, al irme del país y regresar, todo el tiempo de residencia que ya había acumulado hasta entonces tendría un borrón y cuenta nueva. Era una locura.

- Vamos. Se lo que estáis pensando. Que no podéis salir del país. Pero con un permisos especial del Ministerio del Interior si podéis. 

Era inaudito, sin embargo, tras mucho dudarlo terminó por convencerme y allí me tuvo. El jueves por la tarde nos fuimos temprano de la tienda y a las pocas horas ya estábamos en Barajas abordando un Boeing.

Para cuándo desperté el avión ya había aterrizado. Había estado soñando con mi familia: era un domingo en el Parque de las Leyendas con los niños y Flavia. Cómo les encantaba el zoológico. Ahora no sabía cuanto tendría que pasar hasta poder regresar e ir a ver los animales con ellos. En un pestañeo había llegado a Marruecos.



- Marruecos. - Dije para mis adentros tras un largo suspiro. ¿Qué sabía yo de aquel país? A lo mucho recuerdo unas cuantas escenas de una novela brasilera que pasaron hace unos años en la tele, con mercados árabes y mujeres tapadas; y por supuesto estaba la película Casablanca, me había encantado, pero sólo era un filme hollywoodense de hace prácticamente setenta años. El país no podía seguir igual, todo eso era sólo ficción.

El aeropuerto me pareció tan distinto al de Barajas, ya que si bien los letreros estaban en castellano e inglés, lo primordial era el árabe, de cuyos símbolos no entendía ni jota. Sin embargo, tras pasar migraciones y salir del aeropuerto el cambio fue más brusco. Si bien era de noche y no se podía ver muy bien, era claro que había llegado a otro mundo. 

El primo de Ahmed estaba esperándonos en el parqueo con un meche del 87. Era un moro muy parecido a él, e intuí que era una persona muy amable pues a pesar de mi intento frustrado de hablarle en español, siempre se mostró muy cordial y sonriente. Lo más gracioso era su nombre: Ahmud. ¿Es que nunca se confunden? 

Ya en el auto nos enrumbamos a la casa de su familia donde pasaríamos los siguientes días. Yo andaba feliz pues recién estaba asimilando el haber llegado a un nuevo país. Todo lo que había visto hasta entonces me tenía muy emocionado, pero eso no sería ni pizca de las futuras sorpresas que me depararía aquella travesía.

CONTINUARÁ...


El Cairo
(06/01/14)

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Fui concebido entre libros y cadáveres y un etetoscopio fue mi primer walkman.

Siendo el único No Médico
no tuve más
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