19 diciembre 2013

Scheherezade (I)

Habían pasado ocho meses desde que llegué a España. Si bien tenía a mis dos hijos en Lima y a una bella esposa cuidando de ellos, la oportunidad de tener la doble nacionalidad era algo que no podía dejar pasar y eso tenía que agradecérselo al abuelo Jordi.

Por obvias razones, este dejó Salamanca huyendo del gobierno de Franco. Fue así que la búsqueda de una nueva vida lo llevaría hasta Sudamérica donde tras conocer a una joven morena de ojos café que trabajaba como mesera en un restaurante en Cañete, sembraría su semillita en el Perú, la cual dejaría un legado que se extendería hasta el día de hoy en mis dos hijos.

Y bien, yo tenía ascendencia española directa; la ciudadanía era prácticamente mía. Europa estaba abierta para mí y mi familia, pero un obstáculo me separaba de mi nuevo pasaporte. Tenía que residir por un año en la Madre Patria para poder validar el trámite, alejándome por todo ese tiempo de los míos y mi vida peruana.



Me la jugué. Junté varios ahorros y me enrumbé hacia Madrid. La ciudad era enorme y bonita, mucho más limpia que Lima sobretodo. Logré alquilar un cuartito no muy lejos del centro, por suerte, pude conseguir trabajo rápidamente en un lugar a dos cuadras de allí. Todos me dijeron que por ser peruano la tendría difícil, pero creo que las oraciones de Mamá Chana ayudaron mucho.

Mi experiencia instalando sistemas de seguridad sirvió para que me contraten como técnico de ventas en una tienda de cámaras de vigilancia.

- Pues veo que tenéis mucha experiencia tío. Estáis contratado.

Mario, mi jefe, era mucho más joven que yo. Era un tipazo. Lo que más me agradaba de él era su empatía y su amabilidad con los inmigrantes. De hecho, dos empleados más también eran extranjeros: Mihail de Rumania y Ahmed de Marruecos. Mihail era muy parco, siempre callado. Su deseo de entablar una conversación era tan fuerte como la cantidad de pigmentación en su piel. Era más blanco que la leche. Quizás su limitado español le impedía socializar, pero con Ahmed la historia era diferente. Ahmed hablaba árabe, francés y con suerte un poco de español, pero hacía todo lo que podía para comunicarse. De a pocos fui haciéndome muy amigo suyo, y de a pocos su español fue mejorando cada vez más. A pesar de ser musulmán y tener costumbres tan distintas, fue ese intercambio cultural lo que hizo que su amistad sea tan interesante.

Y así, sin querer queriendo yo ya iba a cumplir ocho meses lejos de mi Perú. Fue a mediados de abril cuando anunciaron que a inicios del mes siguiente nos darían un feriado largo por las fiestas del aniversario de la Comunidad de Madrid. Eso sinificaba descanso y oportunidad para conocer un poco de España. Siempre me la pasé trabajando y no tuve mucha chance de pasear por la ciudad. Ni siquiera conocía el Santiago Bernabéu.

Todo iba tranquilo, hasta que un martes mientras cerrabamos la tienda, Ahmed se me acercó con una sonrisa en los labios y mientras sacaba un papel del bolsillo y lo colocaba en mis manos; con su acento moro enunció lo siguiente:

- Me marcho a Casablanca. Vendréis conmigo. Este es tu boleto.

CONTINUARÁ....

Antalya
(12/13)

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Y bailarás sobre mi tumba

Fui concebido entre libros y cadáveres y un etetoscopio fue mi primer walkman.

Siendo el único No Médico
no tuve más
reparo que
dedicarme a escribir...